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Pasado

«¡Leva el ancla, Kane!»

El olor a agua salada, el vaivén de la embarcación sobre la marea sinuosa, los tripulantes gritando y vociferándose comandos entre ellos... Y un padre enseñando a su hijo de 8 años. Sí, de 8 años.

«¡Leva el ancla ya, hijo! ¡O a este paso...!»

Pero el pequeño Kane no tenía tanta fuerza como para poder elevar algo tan pesado ni siquiera con ese mecanismo de poleas. Al final tuvo que ir su padre a ayudarle. Cuando el ancla ya fue levada al fin por los dos, Satoshi Hotaka se irguió y se pasó el dorso de la mano por la frente.

«Uf... Debes aprender ya esta clase de aspectos, pequeño. Yo a los 7 años era capaz de amarrar cualquier barco con cualquier nudo marinero a cualquier muelle. ¡Sí! ¡Incluso a nuestro buque mercante! ¡Har har har!»

Era un fanfarrón. Y a Kane le encantaba eso. Cada vez que su padre se ponía de ese modo, el rubito de ojos azules como el añil del mar no podía hacer más que mirarle embobado y admirarle... Admirarle por siempre. Satoshi Hotaka era la vigésima sexta generación Hotaka que ejercía la noble profesión de capitán de barco. Y Kane Hotaka sería la vigésimo séptima generación. Él lo sabía, y su querido padre también.

«Venga... No te ofusques por esto. ¡Ya verás cómo acabarás teniendo unos brazos tan fuertes como los de tu padre!» Satoshi se palmeó el bíceps de un brazo con la otra mano. «¡Esto es acero para barcos, Kane!»

Y rió. Esa risa tan grave y ronca pero a la vez tan agradable y bonachona... Sin duda a Kane le encantaba pasar tiempo con su padre. Le daba igual estar prácticamente 16 horas al día aprendiendo acerca de los barcos, de sus distintas partes, de los distintos nudos marineros, de asuntos monetarios como mercantiles que eran...

Ese mismo día salieron a alta mar. Pasaron unos días, y... En el camarote de la embarcación, el niño llamó la atención de su padre una buena mañana para decirle algo.

«Se acerca una tormenta»

«¿Qué?» Satoshi se echó a reír. «Hijo, mentir está mal. Los cielos están calmados. Ya verás cómo...»

«No lo están»

«...»

Algo vio el capitán en los ojos de azul oscuro de su hijo, que le hizo pensar respecto a lo que decía. Regresaron a la costa, aunque Satoshi estaba un poco frustrado y por tanto enfadado de que tuvieran que volver tan pronto.

Al día siguiente... No hubo tormenta. El mayor le regañó a su hijo por mentir, y Kane, con solo 8 años, no paraba de llorar por ello. Pero pasó un día más... Y una devastadora tormenta cubrió los cielos. Esa mañana, al Satoshi levantarse, quedó estupefacto.

«...¿La tormenta a la que te referías era hoy, chico?»

«Sí»

«Pero... Ese día no habían indicios de tormenta en el cielo, no podías-»

«Sí los había. Yo los vi»

Ahí mismo, el pequeño Kane le estaba diciendo prácticamente, que él logró prever algo mucho antes que su padre. Satoshi sonrió; sin duda su hijo era prometedor. Pero todavía le quedaba mucho por aprender al prometedor muchacho.

3 años después, él con 11 años de edad, ya era capaz de levar el ancla él solo. Y de comandar a la tripulación. Y de manejar el timón. Y de realizar los mejores nudos marineros de todo el puerto de aquel pueblo pesquero y mercantil... Después de su padre, claro. Todavía le quedaba mucho que aprender. Y por eso se le estaba haciendo tan larga la espera sin parar de contemplar el ocaso de ese día de mayo a través de la ventana de su habitación, en aquella casa que tenían al lado del puerto. Era el tercer día. Satoshi debería haber vuelto a tierra tres días antes con su famosa tripulación. ¿Qué sucedía?

Su padre nunca volvió. Semanas después en las que vivió solo con su madre, solamente tres de los miembros de la tripulación de Satoshi volvieron... Y lo curioso es que llegaron desde tierra, y no desde la costa. Resultaba que habían llegado a otro puerto lejano los tres en un bote salvavidas... Les contaron toda la historia a los habitantes del pueblo. Un grupo de piratas les asaltaron en el índico. Varios de ellos iban armados con metralletas ligeras que a saber en qué mercado negro habían obtenido, y... Solo sobrevivieron aquellos tres. Aseguraron que Satoshi había muerto.

«...»

Fue increíble lo que aquel niño de 11 años pensó en una situación tan catastrófica para su vida: "Las personas vienen y van. Y sus vidas también. No puedes pretender que en un viaje arriesgado toda tu tripulación sobreviva; Si sabes preverlo, si sabes tenerlo en cuenta de antemano, no te hará tanto daño". ¿De quién aprendió eso? Del mejor capitán que podría existir en el mundo para él: Su padre.

A partir de ahí pasó, sin llorar en ninguno de los días ni noches que vivió, por el transcurso de un aprendizaje más riguroso de la disciplina de un capitán. A los 14 años ya era no solo reconocido por varios puertos, sino también querido por varios marineros que le tenían como un ejemplo a seguir de todo aprendiz de capitán. Tan solo le quedaba 1 años para poder sacarse el título con facilidad y comenzar a ejercer.

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